La noche había muerto, el sol de invierno entraba por los huecos de las persianas agujereadas de su habitación dibujando círculos en las pareces blancas de gotelé, solamente calentaba las partes nobles, él se levantó arrollando las sábanas mientras retorcía su cuerpo, se dirigió hacía la cocina agarró la cafetera con desgana y preparó café para dos, como siempre a Adrien le sobraba una taza, cogió también el cartón de leche se quedó alelado y contempló más tarde como la leche empezaba a brotar por el suelo, tomó la valleta y limpió todo. No se despertó como todas las mañanas ese día concretamente tenía más cerca que nunca la ausencia de las musas y la presencia de los desheredados, salió a la puerta a recoger el periódico y observó a una chica saliendo de un taxi, cerca de la casa de Bernard, el panadero, ella descargaba las maletas, lo primero que pasó por su cabeza fue la imagen de una hoguera ardiendo con fuerza y el olor de la lluvia perdida entre las montañas. Sin perder dato de lo que pasaba la siguió con la mirada, entró en el número nueve de la calle de la plaza, y así fue como vió desvanecerse un trocito de tela azul de su vestido tras el portón de madera de esa casona.
Adrien era un tipo un tanto peculiar en dos días no salió de casa
estaba dormido como un oso polar en su cueva, cuando despertó de su letargo no dudó en asomarse a la ventana , y ahí estaba ella regando los tulipanes amarillos de la jardinera , una chica tan delicada que sería una catástrofe tener que imaginarla. Sin dudarlo se encaminó hacía ella y timidamente la invitó a casa esa noche.
Esa noche llovían estrellas, habían quedado a las nueve en punto, Adrien preparaba todo sin olvidar siquiera un minucioso detalle, no sé que pasó entre ellos si fue por el vino barato, el mantel de terciopelo granate o el olor de los litros de colonia que Adrien había vertido anteriormente por todo su cuerpo, pero estaban ya juntos abrazados en aquel diván negro admirando la geografía de sus cuerpos, mirándose como si acabasen de bailar un tango de los más desgarradores, desprendían un húmedo aroma a pequeñas caricias, luces rojas y a violetas. Ella se llamaba Louise, su querida Louise su querida Louise desde aquella noche , ni en tres vidas conoció mujer igual , más tarde se despidieron y Adrien ya esperaba con impaciencia a la siguiente noche, habían acordado verse en el mismo sitio, a la misma hora.
A la noche siguiente pasaron las nueve, las diez, las once..... y ella no apareció, como de costumbre para ver lo que pasaba, él se asomó a la ventana y vió sus más preciados recuerdos de esa noche descuajarse , ella la chica que había decorado con su bello aroma sus manos, sus clavículas y el cuello de su camisa, volvía a cargar las maletas en el taxi con un alambre espinoso de la mano, aunque para alambre el espino que él sentía en sus entrañas, le dolían las manos, los nudillos le sangraban y aullaba tan fuerte que las hondas de su voz se perdían en sus tímpanos dejandole en la mente un grito sordo y los órganos calientes. Ella, la mujer con pechos de niña que caminaba de puntillas, que había secuestrado su despertador, que le había curado eso de los pies fríos y aquello de el lado vacío de la cama lo dejó ahí tirado sin su vestido azul y con la mirada perdida en el techo.